viernes, 26 de agosto de 2011

diario 4.10.11

Creo que nunca he sabido ver bien el amor, ahora sé que ha habido sacrificio y renuncia y que todo se ha convertido en alegría y necesidad de compartir.

"Se hunde la sierpe en el suelo como absorbida por alguna hendidura, por alguna de esas grietas por las que la tierra muestra ser al par ávida y madre; una madre que no siempre deja salir lo que traga. La tierra tiene bocas, gargantas, hondanadas y desfiladeros que solamente cuando se les ve allá abajo el oscuro fondo se sienten como abismo, lugar de caída y de despeñamiento; si no, lo que por ella desaparece parece haya sido llamado para ser guardado y, en último término, regenerado. Y si es eso que repta, parece que vaya a salir por algún otro lugar, irguiéndose irreconociblemente blanco y consistente, logrando al salir nuevamente de la tierra el cuerpo nuevo que en su reptar andaba buscando, extenuándose en ello, dejando la piel, su valía después de todo, su piel manchada, estigmatizada por sombra y luz." María Zambrano

A veces pues caemos en estos rincones que tenemos furtivos, es la necesidad de la sierpe que tenemos, que es decir tierra, anhelo de caer, de sentir que hay una base en nuestros pies. A veces es algo depresivo, es anhelo de madre, puede ser algo de una psicosis enterrada, a la que debemos desenterrar, pero siempre está este apego por saber dónde pisamos, es nuestra tierra madre, y es oscilante, es un movimiento giratorio, ondulatorio, reptil, porque venimos de ahí, de los anfibios, los peces, somos híbridos, de agua y tierra. María Zambrano lo describe muy bellamente.

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