viernes, 26 de agosto de 2011

epílogo I, el concepto de amor en Kierkegaard

La imagen de la angustia, con su inmediata consecuencia el poder, está diseñada insuperablemente por Kierkegaard en su libro clásico, "El Concepto de la Angustia". Dice así en el capítulo titulado “El concepto de la angustia”: “La inocencia es ignorancia. En la inocencia no está el hombre determinado como espíritu, sino psíquicamente, en unidad inmediata con su naturalidad. El espíritu en el hombre está soñado. En este estado hay paz y reposo; pero hay al mismo tiempo otra cosa, que, sin embargo, no es guerra ni agitación -pues no hay nada con que guerrear. ¿Qué es ello? Nada. Pero, ¿qué efecto ejerce? Nada. Engendra angustia. Este es el profundo misterio de la inocencia: que es al mismo tiempo angustia. Soñando proyecta el espíritu de antemano su propia realidad; pero esta realidad es nada; y la inocencia ve continuamente delante de sí esta nada. La angustia es una determinación del espíritu que ensueña y pertenece, por tanto, a la psicología. En el estado de vigilancia está puesta la distinción entre mi yo y mi no-yo; en el sueño está suspendida, en el ensueño es una nada que acusa. La realidad del espíritu representa siempre como una forma que incita su posibilidad; pero desaparece tan pronto como él echa mano a ella; es una nada que sólo angustiar puede”.

Ignorancia del bien y del mal, ignorancia de la existencia, que aparece en la plenitud de su posibilidad, como una sombra poblando de presentimientos infinitos la blancura desierta de la inocencia. Después Kierkegaard sigue el texto de la caída de Adán y Eva según el Génesis y en una palabra sólo descarga la angustia: “La prohibición -dice Kierkegaard- le angustia, pues la posibilidad despierta la libertad en él: lo que por la inocencia había pasado como la nada de la angustia, ha entrado ahora en él mismo y surge ahora de nuevo una nada: la posibilidad angustiosa de poder. Adán no tiene ninguna idea de qué es eso que puede... Se le exige la posibilidad de poder, como una forma superior de la ignorancia y como una expresión superior de la angustia, porque este poder en sentido es y no es; porque ama y huye en sentido superior”. Y unas líneas más tarde: “La infinita posibilidad de poder que despertó la prohibición, se acerca más porque esta posibilidad tiene por consecuencia otra posibilidad”.

Sueño. Angustia ante la totalidad presentida, ante el infinito de la libertad. Y caída en el poder...

Todo gira en torno de la entrada de la angustia en escena. El hombre es una síntesis de lo psíquico y lo corpóreo, pero una síntesis inconcebible cuando los dos términos no son unidos en un tercero. Este tercero es el espíritu... Hoy día lo podemos llamar, la mente o lo mental de él.

Kierkegaard no emplea la palabra poder en el sentido de poder de dominación, sino en el sentido de la posibilidad de un ser que despierta al tiempo que cae, es decir, que cae en su propia existencia desde el sueño inocente en que yace, mientras todavía no es él; mientras todavía no ha salido del seno de Dios o de la nada. Angustia; presentimiento dentro de la nada, de la caída de la propia existencia, del despertar en el pecado de ser uno mismo.

La vida es sueño lo dice más claramente, más plásticamente al menos con su imagen central de la vida como un sueño. Todo es sueño, menos el “obrar bien que ni en sueños se pierde”. Pero en el poeta la vida es el sueño y en el filósofo, el sueño es la inocencia, y la caída es el despertar a la libertad. En los dos la libertad es lo único real. Libertad además de real, absoluta, en Kierkegaard, puesto que reduce el pasaje bíblico a un suceso interior al hombre, y las palabras de Dios es Adán quien se las dirige a sí mismo.

En la angustia, decíamos, se abre paso la persona. El “espíritu”, dice Kierkegaard; la “existencia”, Heidegger. Mas, ¿de qué modo? Ni Kierkegaard, ni nadie de los que han hablado de la angustia, trazan el momento del amor. Sólo el temor aparece. Y no hay amor porque no hay tampoco ninguna presencia, ningún rostro. La infinitud del poder y de la libertad sin límite alguno, porque el límite tendrá que estar puesto por algo, por alguna cosa. En la angustia, no existe el otro.

No saldría el hombre de ese sueño de la inocencia, si no es por la angustia. Angustia llena de amor -decimos nosotros- y no de voluntad de poder, que le lleva hasta la creación de su proyecto.

De ahí, el que la metafísica moderna se nos aparezca siempre como después de haberle sido extraído algo. Y el hombre que esa metafísica diseña, un tanto vacío, un tanto deshumanizado, o, tal vez, no divinizado a fuerza de querer divinizarse. Porque la embriaguez de la libertad, acaba con los límites; y los límites nos lo traen la presencia de las cosas, de los seres, del mundo y sus criaturas y aun del hacedor de todas ellas. La libertad absoluta, con la ilusión de disponer enteramente de sí, de crearse a sí por sí misma, acaba borrándolo todo. “La angustia es el vértigo de la Libertad”.

Este texto lo he basado en un estudio a su vez de la filósofa española María Zambrano acerca de la figura de Kierkegaard. Ella eleva este concepto de angustia, a través del sueño y de la libertad del espíritu del hombre a su verdadero ser, pero a su vez, nos dice que se puede abrir por otro camino, no el de la angustia y el concepto de poder, sino el de la angustia y el concepto de amor. Para esto también se basa en el estudio de Max Scheler, y su concepto del "ordo amoris". Para ella este concepto es mucho más esperanzador, porque para Scheler el orden del corazón no está lleno de confusión o de temor, es simplemente un orden o un camino que vamos trazando con la ayuda del corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario